Trabajando de nueve a cinco, ¡qué manera de ganarse la vida!”; así entonaba Dolly Parton el coro de su icónica canción. Ya en 1980, la reina del Country cantaba sobre lo insoportable de laborar 8 horas diarias, cinco días a la semana; “es suficiente para volverse loco”, decía. 40 años y una pandemia más tarde, la flexibilidad en los horarios de trabajo y hasta una eventual reducción en la jornada laboral son temas inevitables para la sociedad.
Por José Luis Cañizares. Fotos: 123RF.
Gracias a la emergencia sanitaria, miles de empresas a escala mundial se vieron obligadas a hacer algo que muchos pensaban imposible: trabajar desde casa. De la noche a la mañana, las organizaciones tuvieron que aprender, en medio de un caos apocalíptico, a trasladar sus procesos, de la oficina al hogar. Superados los obstáculos, y en contra de todo pronóstico, para muchas corporaciones el teletrabajo fue un éxito.
Aún cuando el retorno parcial a actividades presenciales se promueve desde varios frentes; en Ecuador, según el Ministerio de Trabajo, alrededor de 467 mil personas laboran todavía desde casa. Este hecho podría responder a que las empresas encontraron que sus equipos son igual de productivos bajo esta modalidad. Esto, a pesar de que trabajar en el hogar significa, necesariamente, mezclar la jornada con actividades de la vida diaria.
Muchos horarios, pocas metas
Al inicio de la pandemia, expertos advertían, que la clave para mantener un buen equipo de trabajo sería mantener la flexibilidad como el mantra de la organización. Trabajar en horarios inamovibles cuando había que cocinar, atender a la familia, cuidar a los niños, sobrellevar una enfermedad desconocida, y tratar de no morir en el intento, era simplemente imposible.
En realidad, medir la productividad a través de las horas dedicadas es una idea, literalmente, del siglo pasado. Fue el fundador de Ford Motor Company, Henry Ford, quien instauró, en 1926, la jornada de 9:00 a 17:00. Estos horarios se crearon en el contexto de la industria manufacturera, donde se medía el trabajo de los obreros por la cantidad de artículos que fabricaban por hora.
Sin embargo, en la economía de servicios la fórmula de Ford ha caducado. Las horas que un oficinista pasa sentado frente a su escritorio y computador no se traducen en productividad. De hecho, según un estudio de Gestión del Tiempo en el Trabajo, realizado por WorkMeter, el tiempo productivo de un trabajador es de 6 horas con 30 minutos; esto es 3 horas menos de lo que dura, en promedio, una verdadera jornada laboral.
El cambio de cultura corporativa, en el que el trabajador se convierte en el administrador de su tiempo, puede representar una valiosa oportunidad. Matthew Carpenter-Arévalo, fundador de la empresa Centrico Digital, lleva manejando equipos con horarios flexibles por más de 7 años; en su experiencia, “la gente es muy buena en optimizar su productividad cuando puede elegir sus horarios. Hay gente que es madrugadora, otra prefiere trabajar por la noche. Equipos de alto desempeño no necesitan estar midiendo sus tiempos para producir bien”.
Matthew aplicó para su empresa fundamentos de las culturas corporativas de Google y Twitter; donde se desempeñó como Gerente y Gerente Regional, respectivamente. Allí, la productividad se mide por metas y no por horarios. “Si cumpliste tu meta y quieres un día salir a las 16:00, para tomarte un helado, está bien. No hay nadie que te controle. El objetivo no es las horas que dedicas, sino lo que sale de ese tiempo”.
Para el empresario, el problema está, además, en que el sistema laboral se ha construido desde la desconfianza en el trabajador. De hecho, señala, cuando las corporaciones buscan tener el control centralizado de sus colaboradores, generan procesos burocráticos que requieren de tiempo y recursos. “Es algo sorprendente que en Ecuador nos quejamos mucho de la burocracia en el sector público, pero replicamos esos procesos en el sector privado. Eso nos hace menos eficientes”.
Vivir un día más
Más allá de la flexibilidad horaria, el confinamiento inédito que vivimos, como respuesta a la emergencia sanitaria, destapó un factor de la productividad que permaneció oculto por años: la salud mental. El deterioro psicológico generalizado fue innegable y el trabajo jugó un papel fundamental en esa realidad. Un estudio de la consultora Affor encuestó a trabajadores españoles; el 42% manifestó haber sufrido problemas como depresión y ansiedad, y el 28% aseguró que su salud se deterioró desde el inicio de la pandemia.
Para mitigar las afectaciones a la salud mental, Matthew Carpenter-Arévalo decidió, junto a su equipo, eliminar los viernes de la jornada laboral; con el propósito de aumentar el tiempo al cuidado personal y el crecimiento académico. “Cuando la empresa no tiene ninguna misión estratégica, el viernes es tuyo. Tenemos que tener más disciplina e implementar una serie de hábitos para asegurarnos de cumplir con todas nuestras tareas; pero la empresa se volvió más productiva y eso se refleja en la rentabilidad”.
Las afirmaciones de Matthew son cercanas a la realidad que retrata la Organización Internacional del Trabajo (OIT); según sus estudios, las naciones pierden alrededor del 3% de su producto interno bruto (PIB) por culpa del estrés laboral y otras enfermedades relacionadas al trabajo. Por este motivo, la discusión sobre una reducción de los días laborales, sin afectar al salario y beneficios de los colaboradores, ha venido tomando fuerza en los últimos años.
En el caso más reconocido a nivel mundial, 2 500 trabajadores islandeses participaron en dos experimentos masivos, entre 2015 y 2019. Los participantes trabajaron de 35 a 36 horas semanales sin tener una reducción del sueldo. Investigadores del Ayuntamiento de Reikiavik y el Gobierno Nacional comprobaron que la productividad y calidad de servicios se mantuvieron iguales o aumentaron; además, el bienestar de los trabajadores aumentó drásticamente.
La fundación 4 Day Week Global promueve, por otro lado, la estandarización de la jornada laboral a 32 horas semanales. Según sus estadísticas, el 85% de adultos estadounidenses aprueban ya esta reducción horaria; no solo en las industrias de servicios, sino también en la manufacturera. Por este motivo, esta organización se encuentra reclutando empresas para iniciar un piloto mundial con la nueva jornada laboral, que iniciará el 2022. Las corporaciones recibirán asesoría gratuita de investigadores de Harvard, Oxford y Boston College.
Sin embargo, en Ecuador la discusión de la jornada laboral se ve entreverada con temas de política, producción y, sobre todo, el Código Laboral. Para Francisco González, asesor jurídico de la Cámara de Comercio de Quito, la rígida normativa del país no permite que el sistema se adapte a las nuevas necesidades de los trabajadores y las empresas. “Esa es la primera discusión; buscar una forma en la que el Código se modernice y entienda las condiciones del Siglo XXI”.
Ecuador tiene una jornada laboral estandarizada legalmente de ocho horas al día, de lunes a viernes; pero esa no es la realidad de muchos sectores, como el turismo, donde los fines de semana son los días más productivos. No obstante, la pandemia abrió, sin pedir permiso, la puerta a la discusión sobre la efectividad de cumplir con horarios.
Tanto Francisco como Matthew concuerdan en que la tendencia es ya no enfocarse en el número de horas trabajadas, sino en la productividad.
Por supuesto, es indispensable que las tendencias laborales se regulen para garantizar que no se vulneren los derechos de los trabajadores; pero estar obligados a calentar sillas giratorias y puestos detrás de un escritorio ha demostrado no ser la receta para aumentar la productividad. Sin duda, en un futuro muy cercano, la canción de Dolly Parton no será más que el registro de un sistema laboral que dejamos atrás.