A diez años de su fallecimiento, revisamos la trayectoria de uno de los últimos genios de la moda.
Por: Sasha Santamaría (Consultora de Moda y Estilo)
Lee Alexander McQueen es uno de esos nombres que permanecerá eternamente fulgurante en el firmamento de la moda; el hijo de un matrimonio inglés de clase obrera que logró estremecer la moda de los noventa y principios del 2000 con su poética sombría romántica-gótica-futurista, marcando un parteaguas en la historia de esta industria.
Sus primeras inquietudes por el mundo del diseño surgieron durante su adolescencia, curiosidad que le motivó a solicitar una vacante como aprendiz en la tienda de sastrería Anderson & Sheppard, ubicada sobre la calle Savile Row en el barrio londinense de Mayfair. Tenía apenas 16 años. Aquí, tuvo la oportunidad de nutrirse de la impecabilidad y rigurosidad de confección por la cual es reconocida mundialmente la sastrería británica, desarrollando habilidades que posteriormente, se convertirían en las herramientas que le permitirían dar forma a sus intricadas creaciones desde el principio hasta el final.
Luego de dos años de entrenamiento, decide que era momento de avanzar en su preparación como diseñador. Su siguiente objetivo: trabajar en la prestigiosa escuela de diseño Central Saint Martins, la incubadora de grandes mentes de la época como John Galliano y Stella McCartney. Se entrevistó con la directora de la carrera y le expresó su deseo. Obtuvo una respuesta negativa, sin embargo, no desistió y acudió a un segundo encuentro, esta vez con sus bocetos en mano, lo que le valió la oportunidad de adquirir un cupo para comenzar su instrucción como diseñador.
En 1992 culmina su etapa de estudiante con la presentación de su desfile de graduación. Entre los asistentes, se encontraba la que sería uno de los personajes determinantes para el desarrollo de su carrera; Isabella Blow, la entonces editora de la edición inglesa de Vogue quedó deslumbrada con su colección, tanto así que decidió comprarla en su totalidad. Blow utilizó sus contactos para dar a conocer el talento de McQueen, quien un año después de haber finalizado sus estudios decide lanzar su propia marca, presentando su colección Taxi Driver de la cual se desprende el pantalón “bumster”, una tipología de tiro extra bajo que revelaba más allá del final de la espalda.
De repente, su nombre acaparaba los titulares, y la prensa, desconcertada ante su singular propuesta, no tardó en etiquetarlo de misógino y provocador. Y es que la narrativa vestimentaria de McQueen se apoyaba en performances monumentales que rozaban con lo artístico, protagonizadas por modelos que parecían violentadas, extasiadas, como acabadas de presenciar una escena perturbadora, cuando en sus propias palabras, su intención era expresar las oscuridades y bajezas de la condición humana, algo que puso de manifiesto en colecciones como Highland Rape -inspirada en una relación violenta que vivió su hermana- y Voss, que presentó en medio de un contexto que evocaba un sanatorio mental con modelos ataviadas con vendajes sobre sus cabezas. Su fin estético era ver belleza donde otros veían fealdad; visibilizando aquello que causaba incomodidad.
La deconstrucción fue otra de las claves sustanciales de su obra, algo que lograba con el movimiento histérico de sus tijeras, confeccionando por ejemplo, un corsé a partir del despiece de una chaqueta masculina. De esta manera, colección tras colección, su figura se instauraba como una de las nuevas promesas de la moda, llegando a llamar la atención de la casa Givenchy, que lo convocó en 1997 para convertirlo en su nuevo director creativo, en reemplazo de su coterráneo John Galliano.
El clima interno en la maison era confuso, los modistos del taller se preguntaban cómo encajaría la voz de un rebelde punk inglés en el discurso clásico de la tradicional casa parisina. A pesar de este escenario de incredulidad, McQueen hizo lo suyo aportando un giro intrépido a la modesta silueta Givenchy, salpicándola con sus habituales referencias historicistas y de ciencia ficción. Con esta nueva responsabilidad a cuestas, su trabajo y capacidad creativa fue llevada al límite, ya que al mismo tiempo continuaba desarrollando colecciones para su marca homónima, llegando a crear catorce colecciones al año, época que el mismo describió como “dramática”. A este extenuante ritmo laboral que experimentaba, se sumaba una depresión que Lee McQueen adolecía en silencio. Sin embargo, su nombre ya formaba parte del podio de los grandes, lo que le llevó en diciembre del 2000 a vender el 51 por ciento de las acciones de su marca al grupo Gucci bajo la promesa de una libertad creativa absoluta, diciéndole adiós a la capitanía de Givenchy.
Aunque dueño de su propio destino, las responsabilidades no cesarían y la intención de sus socios era ampliar el alcance comercial de su marca, llevándolo a incursionar en el rubro de la perfumería, el diseño de jeans, anteojos y ropa masculina.
Con un ilimitado presupuesto a su favor, las puestas en escena de sus colecciones eran cada vez más complejas y elaboradas, y su visión como creador más afilada y cohesiva. La inmaculada precisión y entalle de su sastrería se convirtieron en el rasgo diferencial de su trabajo. Todo indicaba que se encontraba en el culmen del éxito. Pero pronto, llegaría uno de los sucesos que lo trastocarían emocionalmente. En mayo de 2007, su mentora y amiga Isabella Blow decide terminar con su vida. Para homenajearla, diseñó su colección de Primavera 2008 inspirado en su particular estilo y su fascinación por las aves, complementando sus conjuntos con tocados elaborados por Philip Treacy, otro de los protegidos de Isabella.
En octubre del 2009 vería la luz la que sería su última y posiblemente más celebrada colección; Plato’s Atlantis. Gracias a la gestión de Nick Knight –uno de los cómplices creativos de McQueen- y su proyecto Showstudio.com, este desfile se convirtió en el primero en ser transmitido en vivo a través de una web.
La colección era una sinfonía de mini vestidos con estampados simétricos que asemejaban formas de seres marinos y reptiles. Los zapatos armadillo –que Lady Gaga popularizó en su video Bad Romance– cerraban la visión de mujer sirena-alienígena que McQueen imaginó a partir de un escenario apocalíptico consecuencia de un posible desastre ecológico causado por la contaminación ambiental, donde luego del derretimiento de los glaciares, el mar se convertiría en nuestro hábitat.
Mientras su vida profesional iba en alza, su costado personal iba en descenso. El 2 febrero del 2010, fallece su madre Joyce McQueen, la mujer que estuvo presente desde sus inicios como espectadora en la primera fila o en el backstage convidando sánduchesal equipo del diseñador.
Nuevamente, la vida de otro de sus grandes afectos se desvanecía. Otra pena que acrecentaba su profunda depresión. Derrotado ante la batalla con sus demonios internos, un 11 de febrero, nueve días después de haber perdido a su madre, se despide dejando una nota en uno de sus cuadernos de dibujo: “Cuiden a mis perros. Lo siento. Los amo”. Y desde aquel día la moda lamenta el ocaso prematuro de una de sus estrellas más brillantes.
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