Ha sido amada y descrita por las mejores plumas, ilustrada y soñada por miles de pintores y retratada por millones de fotógrafos que se han inspirado en esta ciudad en distintas épocas. Su impronta: libertad, igualdad y la fraternidad está latente desde cualquier ángulo…
Texto y Fotos: Leonardo Ampuero R. (IG: @AmpueroLeonardo)
Es llamada la Ciudad Luz debido a que fue la primera de Europa en iluminar sus calles con luz eléctrica; aunque existe una antigua leyenda que relata que el Rey Luis XVI ordenó iluminar toda la ciudad con linternas algo que no era habitual en esa época.
París es reconocida por ser un destino cultural y artístico. Aquí nacieron, se desarrollaron y forma- ron artistas como Víctor Hugo, Claude Monet, Dominique Perrault, Jean Nouvel entre muchos más. Antes de visitarla por primera vez, tenía de esta ciudad una imagen caricaturesca. Su símbolo más fuerte, la Torre Eiffel fue lo primero que fui a ver, y debo confesar que no me desilusionó en lo absoluto. Una impresionante escultura de 320m de altura, que se perdía entre las nubes y el infinito; construida de hierro para conmemorar los 100 años de la liberación Francesa y ser parte de la Exposición Universal de 1889.
Desde su creación en 1889, se volvió el icono más famoso de París y se ha convertido en la atracción más fascinante y un lugar imperdible de visita. Subir a la Torre Eiffel por cerca del 27 euros, es una experiencia que te va a dejar marcado. Lo ideal es hacerlo al atardecer para poder contemplar de día y de noche la panorámica 360° de la ciudad.
Perderse en los Campos Elíseos, de casi 2 kilómetros de longitud, disfrutar de un espectáculo de cabaret en Moulin Rouge o pasear por el bohemio barrio de Montmartre, son algunas de las cosas que hacen de París una ciudad única, un lugar de ensueño donde perderte es vivir experiencias únicas de un cuento.
Bordeando el Sena llegarás al Louvre, el museo de arte más visitado del mundo, consagrado a las bellas artes, arqueología y artes decorativas anteriores al Impresionismo. Su copioso acervo es el resultado del coleccionismo de la monarquía francesa a lo largo de varios siglos. Con la Revolución Francesa, en 1793, las colecciones se abrieron para el goce de la sociedad. El Louvre custodia obras maestras, especialmente La Gioconda, conocida también como la Mona Lisa, de Leonardo Da Vinci, aunque puedes encontrar un sinnúmero de piezas maestras del arte occidental. Por el contrario, si tus intereses se decantan por el arte moderno y contemporáneo, debes visitar el Centro Pompidou, ubicado en la plaza homónima, cerca de la estación de metro Rambuteau.
Admirar Notre-Dame: En la Île de la Cité, encontramos una de las catedrales de estilo gótico más antiguas del mundo. Con sus dos torres de casi 70 metros ha inspirado novelas tan reconocidas como el Jorobado de Notre-Dame de Víctor Hugo. Podemos observar de cerca sus inquietantes gárgolas, así como el campanario en el que vivió el mítico Jorobado. Todo un edificio histórico testigo de celebraciones tan importantes como la coronación de Enrique VI de Inglaterra.
El Palacio de Versalles es uno de los logros más extraordinarios de la arquitectura europea del siglo XVII, y uno de los spots que más me gustó e impactó en mi visita. Inicialmente, fue construido como un pabellón de caza para el rey Luis XIII; sin embargo su hijo, el rey Luis XIV, decidió mover la corte real de París a Versalles en 1682. El pabellón de caza se transformó en un complejo real con habitaciones ornamentadas, jardines y magníficas fuentes.
Durante décadas, la realeza francesa continuó embelleciendo el palacio y gobernando desde Versalles. No fue hasta la Revolución Francesa que la corte real se vio obligada a regresar a París. El palacio también fue testigo de la firma del más importante de todos los tratados de paz que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial. Cada año, se estima que aproximadamente 5 millones de personas visitan el Palacio de Versalles, y entre 8 y 10 millones de personas pasean por sus jardines.