¡Afuera los complejos que te impiden saborear las delicias esenciales de cada región! Ahora, comer en la calle resulta una actividad casi imprescindible para entender mejor el ritmo y cultura de una ciudad. Desde lo más profundo de las raíces sociales hasta el fast food propio de las grandes urbes y perfecto para el turista de paso…

Por: Juan Manuel Granja. Fotos: Getty Images y 123rf

Lo más seguro es que no sea el estilo de los edificios, tampoco el idioma de los que pasan conversando por las veredas, menos aún las marcas de autos o el nivel de tráfico que nos atasca frente a un semáforo que incendia la paciencia: una de las formas más certeras de diferenciar una ciudad de otra, y de empezar a conocerla, si uno quiere conocerla en serio, es fijarse en lo que la gente come en la calle. Más aún si uno se detiene por un momento y también se pone a comer eso que la gente come en la calle.

Si uno anda un poco distraído puede pensar que está en París, por ejemplo, hasta que alcanza a ver –o primero oler– en la esquina un carrito de choripanes que indica que nos encontramos, ahora sí sin duda, en el centro de Buenos Aires. Puedes creer que estás en Chicago, hasta que en un rincón el perro caliente que te sirve un mexicano no lleva cebollas, ni ají, ni papas chips aplastadas y menos aún mermelada de piña, lo que te confirma que, de hecho, has creído muy bien y estás en Chicago, lejos del barroco hot dog quiteño que tal vez llegues a extrañar luego del más bien simplón aunque contundente hot dog made in USA.

Cada vez son más comunes los tours dedicados a la comida callejera. Los sibaritas, acostumbrados antes a lo más tradicional y a lo gourmet, han decidido dar un salto y aprender más de una ciudad a punta de vereda…

Comer en la calle se ha convertido en una razón más para viajar al exterior y conocer otras formas de vida ligadas a otras formas de cocinar y, más que nada, a otras formas de cocinar rápido, servir rápido, comer rápido y pagar poco. Con el añadido de la popularidad de programas como Street Food Latinoamérica y su alta popularidad en Netflix, para conocer una ciudad bien podemos empezar con la boca, ¿por qué habría que dejar el sentido del gusto en segundo o tercer plano después de la vista, que nos lleva a museos y monumentos, o del oído?

Otra pregunta muy actual: ¿Podemos hablar de un complejo respecto a comer en la calle? En efecto, con la muy necesaria y bienvenida diversificación de opciones de comida saludable, de restaurantes y productos amigables con el ambiente, de menús veganos y vegetarianos, la comida de la calle puede parecer insalubre o poco nutritiva. No obstante, no hablamos de que nuestra dieta completa consista en comidas callejeras sino de probar, alguna vez, lo que en otros lugares ha sido ideado para calmar el hambre de ciudades cada vez más frenéticas.

Comer en la calle se ha convertido en una razón más para viajar al exterior y conocer otras formas de vida ligadas a otras formas de cocinar y, más que nada, a otras formas de cocinar rápido, servir rápido, comer rápido y pagar poco. Con el añadido de la popularidad de programas como Street Food Latinoamérica y su alta popularidad en Netflix, para conocer una ciudad bien podemos empezar con la boca, ¿por qué habría que dejar el sentido del gusto en segundo o tercer plano después de la vista, que nos lleva a museos y monumentos, o del oído?

Podemos precisar un poco más y decir que la comida callejera cumple con algunas de las siguientes características: se prepara al momento, se trata de una elaboración en buena parte artesanal, se vende en la calle o en camionetas y food trucks, ofrece opciones de comida local, ya sea en una versión más sencilla y adaptada a la circunstancia callejera o también puede tratarse de una versión adaptada al gusto local de comidas extranjeras, como pasa con el shawarma, por ejemplo, que es una versión simplificada de toda una variedad de platos árabes que llevan pan para envolver. Sencillez, rapidez en la preparación y en el servicio, así como la facilidad de poder pedir para llevar o incluso comer mientras uno camina y visita un monumento o plaza, son aspectos claves de este tipo de comida.

Youtubers como Luisito Comunica se han hecho famosos en toda Hispanoamérica por filmarse probando tacos de escorpión en México o caballitos de mar en China, además de decenas de comidas exóticas en otros países o no tan exóticas como, por ejemplo, “empanadas masivas” en Venezuela. Si bien habrá pocos que viajan para poder probar cierto plato en otra región del mundo o incluso en un país vecino, viajar para comer es uno de los mayores gustos que alguien pueda darse.

Incluso antes de que Marco Polo viajara al Asia en siglo XIII y llegara a Italia –como dice la leyenda– el consumo del fideo que, a su vez, no pudo convertirse en pasta italiana hasta que Cristóbal Colón hiciera puerto en América y los tomates de las nuevas tierras fueran entregados a la mesa de Europa; la relación entre viaje y alimento ha perfilado la historia misma de la humanidad. No hablemos de cómo el tabaco cultivado en Haití primero y luego en Cuba cambió las prácticas y hasta las modas europeas, no hablemos del café que proviene del Medio Oriente e hizo de los cafés parisinos enjambres de discusión y pensamiento o del té chino o proveniente de la India que hizo de Inglaterra un país lleno de tasas por llenar a las 5 de la tarde. Hoy, como entonces, la gente viaja y come, come de nuevo y vuelve a viajar pero en medio están esos puntos clave que sacian el hambre sin exigirnos ni mucho dinero, ni ningún protocolo. 

Nuevas formas de saborear el mundo

La posibilidad de probar alimentos o preparaciones distintas forma parte de una cultura humana siempre en evolución, así como de la experiencia individual siempre alimentada por la curiosidad. Al día de hoy existen tours ofrecidos por firmas como Streaty que propone deleitarse con las comidas de Italia en los lugares más frecuentados y queridos por los propios comensales italianos de cada localidad. La idea es poder comer y beber sin quedar atrapado en experiencias de postal diseñadas solo para una mirada turística. Asimismo, Francia ofrece opciones parecidas destinadas a toda una diversidad de comidas callejeras, más allá del típico enfoque gastronómico en la alta cocina francesa que suele ocupar el interés del visitante. Los puntos de comida callejera más populares en París dan muestra del cosmopolitismo de la ciudad, es decir, por la boca podemos acercarnos a la variedad de culturas y saberes que reúne la ciudad luz: falafels, hamburguesas, empanadas argentinas (al modo francés), humus libanés, tallarines de Bangkok, crepes y poutine (plato de Quebec compuesto de papas fritas, queso en grano fresco y salsa de carne) son los puestos más visitados tanto por locales como por extranjeros.

La comida de la calle une necesidad, creatividad y velocidad; no es tan fácil que el carrito de comidas persista, sea frecuentado y que sea capaz de ofrecer un buen sabor a un buen precio. En efecto, la street food es siempre una comida low cost, apela más a calmarnos que a nutrirnos, nos ayuda a mandarle un mensaje de calma o un flashazo de gula a nuestras apetencias. ¿Es esto más un engaño o un auto engaño? No; simplemente se trata del subestimado arte de saber cocinar en una vereda y de saber apreciarlo cuando el sabor y la satisfacción dictan que se lo merece.

La ausencia del servicio en sala puede resultar incómoda para ciertos comensales, pero nunca para el hambriento que sale al apuro de una reunión para llegar a otra o recoger a sus hijos. Sin embargo, cuando el objetivo es conocer la comida de las calles de una locación o ciudad específica, la experiencia adquiere otra connotación. Así, puede complementarse con la visita de mercados, con la preparación de platos o de productos tradicionales como puede ser, por poner un ejemplo, la elaboración del chocolate en nuestro propio país. Quienes se encargan de organizar eventos o ferias de comidas han comprendido que puede existir un sello de calidad que caracterice al street food. Esta profesionalización de la comida callejera va unida muchas veces a la música, a las exposiciones también callejeras y a toda una variedad de expresiones artísticas que resaltan la experiencia del lugar donde se está comiendo. De este modo, el street food, al originarse del gusto y el ingenio local, se vuelve atractivo a los ojos extranjeros, pero potencia su atractivo también para el local vía dicha profesionalización.

Un ejemplo es el tour organizado para comer en la calles de la ciudad de Hue en Vietnam central. Este paseo se hace en la bicicleta vietnamita típica de tres ruedas, puede realizarse en la noche y se detiene en una serie de locales que ofrecen especialidades al paso como fideos de almejas, bollo (fideos con cerdo a la parrilla) y pastel de cassava. Con la mediación de un guía, los visitantes son iniciados en las costumbres alimenticias del lugar mientras saborean, prueban, comentan y preguntan antes de partir al siguiente local. Estas delicias culinarias se complementan con el recorrido de lugares históricos o llamativos como el famoso puente Truong Tien, cuya iluminación hace obligatoria justamente la visita nocturna.

Los parques de Latinoamerica poco a poco se han ido llenando de carritos con las delicias de cada país: se siente el sabor de la tradición, pero también el de la migración que indudablemente se funde en la nueva realidad de la ciudad.

Como podemos ver, y sobre todo saborear, la tendencia del street food es una forma de empaquetar de una forma más llamativa y contemporánea eso que siempre ha estado en la calle, que nos llama con su informalidad y su aroma en medio del ajetreo citadino o la visita de ojos abiertos y atentos. Comer puede ser también una forma del viaje, y viajar para comer siempre será un placer.

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