Sexo, amor y moda representados exquisitamente y con inteligente humor en el escenario vibrante de Nueva York. La emblemática serie marcó un hito en la televisión y, dos décadas más tarde, con dos películas de por medio, su retorno ha sido calificado como penoso e innecesario…

Por Martha Dubravcic. Fotos: Getty Images

En 1998, cuatro mujeres revolucionaban la pantalla de televisión en el mundo entero:  su belleza se convirtió en icónica, sus looks en tendencia, pero sobre todo, su forma de vivir la vida en libertad y determinación -poco usual aunque hablamos de apenas un par de décadas atrás- marcaba un referente femenino.

Millones de mujeres querían ser Carrie, Samantha, Charlotte o Miranda. O se reflejaban en ellas. Mujeres libres, desenfadadas con el amor y el sexo, románticas y sensuales, sin tapujos, pero sensibles al entorno y a los giros –inesperados y a veces cómicos- de las relaciones de pareja. Bajo el relato de Carrie (Sarah Jessica Parker), como voz omnipresente, la vida de estas cuatro mujeres eran un abanico perfecto de emociones y transiciones entre lo profesional y lo personal: todas buscaban el éxito, el amor, el sexo, el entendimiento del otro; no ocultaban sus inseguridades, hablaban de ellas sin pretensiones, y aunque no siempre resolvían sus conflictos más íntimos, dejaban el tema sobre el tapete para que el televidente pudiera sentirse identificado. Una serie por demás inteligente en el gran escenario de la Gran Manzana que siempre resulta atractiva…

Sus premios y nominaciones la sitúan como una de las mejores producciones de todos los tiempos, pero más allá de ello, la crítica del público, el ojo consumidor fijado en la pantalla, los comentarios después de cada capítulo, la imitación consciente e inconsciente, fueron el mejor termómetro para medir la temperatura de éxito que alcanzó la serie estadounidense. Además, Sex and the city confirmó el valor de la televisión por cable, como un espacio que podía competir con la televisión abierta y sus grandes producciones seriales, y que no se trataba únicamente de un espacio para ver películas. HBO se lleva el crédito de eso, incluso hasta ahora…

Noventa y cuatro capítulos en seis temporadas entre 1998 y 2004, posicionaron a esta producción de tal modo que dio lugar a dos largometrajes (en 2008 y en 2010) y ahora And just like that, la serie que llega dos décadas después con el mismo reparto, excepto Samantha (interpretado por la mítica Kim Catrall). Dos temporadas que, lastimosamente para los fans, siguen cayendo en picada.

Los grandes temas con naturalidad

Ese parece el haber sido el secreto del éxito de Sex and the city, su propuesta disruptiva y la extraordinaria forma de abordar temas sociales con naturalidad y humor. Ese abordaje calaba hondo en su público que de pronto se enganchaba con las visiones distintas sobre sexualidad y feminidad, sexo seguro y promiscuidad, poder y posición profesional, enfermedad, homosexualidad y relaciones de pareja. La confianza y la amistad siempre fue transversal a las otras temáticas.

El cosmopolitismo y la velocidad neoyorkinos se expresaban en tono de humor moderno en la vida de los personajes. Tres mujeres en sus treintas y una en sus cuarentas escribían un nuevo relato de la feminidad con la que muchas soñaban hace 20 años. Las aventuras y desventuras marcaron la vida de estas mujeres, cada una distinta a la otra, dispuesta a vivir plenamente, a encontrar una pareja y un futuro brillante en lo profesional. En todo este entramado, el televidente era cómplice, juez y parte, una sinergia tal que siempre abonó al éxito de la serie gracias a diferentes temáticas bajo múltiples miradas femeninas, pero también masculinas y que no siempre terminaban a favor de las protagonistas. Había equilibrio narrativo. Los miedos personales, las frustraciones, las decepciones amorosas eran el pan renovado de cada capítulo por lo que nunca la trama resultaba melosa o repetitiva.

La actitud extrovertida Samantha, su dominio de las Relaciones Públicas en la Gran Manzana, las marcas y su influencia en ellas; el fetichismo por los zapatos que define a Carrie, su departamento, su clóset y su chispazo creativo para su columna; la obsesión de Charlotte por enamorarse, su amor por el arte; el impulso profesional de Miranda, su mirada feminista que marcó gran parte de su agenda personal incluso cuando se convirtió, sin querer, en madre; toda esa amalgama de situaciones cautivaron al público de los noventa e inicios de los dos mil, que se sensibilizó frente a estos estímulos.

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