Es algo que se sentía fascinante y necesario durante mucho tiempo. Mujeres audaces envueltas en acción, de carácter rudo, pero visiblemente perfectas. El tiempo ha ido polarizando su presencia, como si de corrección política se tratara, hasta convertirlas en personajes casi caricaturescos. Esa visión femenina no acaba de convencer…
Por Juan Manuel Granja. Fotos: Getty Images.
Es probable que haya empezado con Angelina Jolie. Sus roles cinematográficos no solo eran pensados para el público masculino que quedaba hechizado con su belleza tan salvaje y sensual, sino que, de alguna manera, las mujeres empezaban a ver en pantalla a una protagonista que rompía las reglas, que peleaba de igual a igual con sus adversarios, que estaba contra el sistema, que se salía con la suya, que era heroína y que por si fuera poco también se enamoraba, pero sin drama alguno; algo muy distante de lo que tradicionalmente se había visto en pantalla en el caso de las mujeres protagonistas. Hollywood entonces vio que esa nueva fórmula funcionaba de maravilla y, más allá de la imponente sensualidad de Jolie, empezó a ver el potencial de este tipo de personajes. Luego ya llegó el Me Too y – acabó casi por obligación – con una creación simbólica y orgánica de acción fílmica hasta colocar a las protagonistas en una fila enorme de filmes muy parecidos entre sí y donde la acción estaba garantizada con una mujer ‘dura’ sensual y sin miedo.
Nadie ha hablado al respecto, porque se sentiría como una afrenta directa a la industria que ‘ha empezado a compensar’ con estos roles a una visión del pasado que ya se ha superado. Sin embargo, Emily Blunt se atrevió. Recientemente, en el diario inglés The Telegraph, la actriz de El diablo viste de Prada, Looper o El regreso de Mary Poppins, cuestionó el papel de protagonista femenina fuerte en las producciones audiovisuales.
Es más, levantó una advertencia ante todas las productoras y estudios de cine que la tienen en mente: la actriz británico-estadounidense no quiere que nadie se le acerque con la idea de encarnar a una protagonista estoica, que actúe todo el tiempo con dureza, que solo diga cosas duras y que, finalmente, solo le da la vuelta al estereotipo de la mujer víctima o pasiva al llevarlo al otro extremo, sin matices.
Son las palabras de Blunt: “Es lo peor cuando abres un guión y lees las palabras ‘protagonista femenina fuerte’. Me hace poner los ojos en blanco y ya estoy fuera. Estoy aburrida…” La actriz, productora ejecutiva y protagonista de la serie de Amazon Prime The English, hizo esta reflexión a partir de su rol de Cornelia en la serie de género western ya mencionada. Se trata de un personaje que busca zanjar una venganza luego de la muerte de un hijo.
Y aunque se trata de un personaje femenino fuerte, Blunt destaca o más bien justifica su interpretación de esta manera: “Me encantan los personajes con un secreto. Y me encantó la alegría de Cornelia, su esperanza, su ingenuidad… Cornelia es más sorprendente que eso. Es inocente sin ser ingenua y eso la convierte en una fuerza a tener en cuenta”. Parece que, en el fondo, estas palabras contradicen su propia opinión a propósito del encasillamiento en la escritura de personajes para actrices, pero no es la única actriz con una opinión al respecto.
Tatiana Maslany, la estrella de la miniserie She-Hulk de Disney+, también hizo declaraciones sobre el enfoque reduccionista que implica diseñar roles para caracterizarlos según el género. Su comentario apunta específicamente a la caracterización, casi una etiqueta-directriz, de protagonista femenina fuerte. “Es tanto una eliminación de todos los matices como un tropo. Es una caja en la que nadie cabe. Incluso la frase es frustrante. Es como si se supusiera que debemos estar agradecidos de poder ser eso”.
Como vemos, aunque ambas actrices critican el tipo de rol femenino demandado por el momento cultural (o por cierto régimen de producción masiva dentro del mismo momento), de alguna forma aceptan roles que tienen que ver con dicha fortaleza. Es decir, por un lado aprovechan el protagonismo resultante de una era que promueve y empodera a la mujer y su visibilidad aunque, al mismo tiempo, ofrecen un perfil crítico que resulta no tan crítico al ver- las en algunos de sus trabajos en pantalla.
Se ha hablado mucho del “Efecto Scully” que toma su nombre de la agente interpretada por Gillian Anderson en la exitosa serie The X-Files. Este efecto se refiere al impacto beneficioso que un personaje femenino pue- de ocasionar sobre sus espectadoras más jóvenes. Se trató de una de las primeras protagonistas célebres con una profesión STEM (por las siglas en inglés de las disciplinas: Science, Technology, Engineering and Mathematics). Este personaje influyó en un buen número de mujeres jóvenes para que diversifiquen sus intereses y campos de acción profesional. Este fenómeno fue confirmado por el Geena Davis Institute on Gender in Media. Tras encuestar a más de 2000 mujeres, este estudio concluyó que, entre las que habían visto Los Expedientes Secretos X durante su infancia, casi la mitad se dedicaba a alguna profesión relacionada con las STEM o, por lo menos, habían recibido formación relacionada a las mismas. Es más, se pudo precisar que cerca de dos tercios de las trabajadoras de dichos sectores, había considerado en su día a Dana Scully como modelo a seguir.
Sin embargo, hablamos de una serie televisiva de finales del siglo XX y de un tipo de estudio que muchas veces reduce un resultado a un solo factor. En la actualidad, el necesario y buscado protagonismo de la mujer ha llevado a que, con bastante frecuencia, se la ubique en el rol completamente opuesto al de la mujer pasiva de la ficción tradicional y que, por lo tanto, la forma misma de la ficción y la narración resulte encasillada en el imperativo de una centralidad femenina fuerte.
Si bien en el cine clásico (por ley implícita) ninguna mujer podía contar con una historia propia, la mujer siempre giraba en torno a un personaje masculino, ya sea, principalmente, por la vía del romance o por alguna forma de la autoridad paterna; en la actualidad, muchos roles femeninos ocupan el mismo lugar ocupado tradicionalmente por los hombres, lo que puede resultar en personajes igual de tóxicos aunque de distinto género. Es como creer que una mujer en la presidencia hará la diferencia solo por el hecho de ser mujer y no por la posibilidad de ejecutar prácticas divergentes o de mayor beneficio social.
Por supuesto el cine y la ficción se ve obligado a trabajar con aproximaciones y esbozos. No hay forma de que la ficción retrate la complejidad humana en su totalidad, se trate de hombre o mujer. No hay arte realista que retrate la realidad al 100% y, no obstante, esas aproximaciones son representativas de un momento dado, de unas condiciones materiales y del imaginario e ideologías en cuestión.
Ese curarse en sano de la opinión de las actrices dice más de la actualidad cultural que los propios roles fuertes de estas mujeres reticentes pero participantes.
En otras palabras, la maquinaria contemporánea del entretenimiento –así como el de la política– está más preocupada por explotar las identidades que por cuestionar las posiciones convencionales y las formas de representación ya asumidas. Como dijo hace poco el filósofo español Paul B. Preciado (Beatriz Preciado antes de su transición), en una de las presentaciones de su libro más reciente, Dysphoria Mundi, lo verdaderamente revolucionario no es lo que ya está ocurriendo, la producción de identidades, sino la invención de nuevas for- mas de libertad: “cada vez somos más homosexuales, más lesbianas, más mujeres, más trans, pero no creo que seamos más libres”.